El ruido en el que habitamos

 

 

Hasta qué punto el ruido forma parte de nuestras vidas se hace patente de forma ostentosa en dos situaciones en las que ese ruido se vuelve angustiosos o insoportable. Una es cuando alguien cruza el horizonte de eso que llamamos normalidad y penetra en la psicosis, y otra, cuando alguien no puede dormir o tranquilizarse por efecto de un ruido que se vuelve invasivo.

En los tiempos del coronavirus, para muchas personas el silencio ha tenido presencia real por primera vez en su vida; otros han tratado de seguir tapándolo con videos, música, aplausos o cacerolas. El silencio hace posible tomar conciencia del ruido constante que nos rodea, tanto en el exterior como en nuestra propia mente.

Supongo que es evidente que hablo de dos ruidos distintos, pero que muchas veces se hacen uno: por un lado, el ruido del ambiente, de las voces, de los motores de los coches, trenes o aviones o del simple tic-tac del reloj en la noche; y por otro, el ruido de nuestra mente, de ese monólogo que no cesa de producirse en nuestro interior, mezcla de recuerdos, preocupaciones, fantasías o de resistencia a entrar en el sueño.

Para el psicótico, la voz que nace en su mente se vuelve sonora y trastoca su universo al verse interpelado, zarandeado, ordenado o aterrorizado por una voz que no puede reconocer como propia y que, curiosamente, lo aísla del ruido cotidiano que, habitualmente, nos acoge, envuelve y tranquiliza a todos los demás, pues no nos deja oír esas voces.

En el otro supuesto, el ruido que se vuelve insoportable, por no poder habituarse a él, aceptarlo, incorporarlo y, así, anular su efecto perturbador, que es el que viene a interrumpir el descanso, la reflexión o el sueño. Lo que muchas veces he de plantear a mis pacientes es la razón de esa necesidad de mantener con su atención el volumen de ese ruido que les impide descansar, por qué no logran acogerlo, aceptarlo sin resistirse a él, única forma de vencerlo. En muchos casos, ese ruido encubre el auténtico ruido perturbador de su existencia: el de una falta insoportable, el de un amor que se tambalea, el de una renuncia intolerable o el de un futuro que no ofrece garantía alguna. Quizás una resistencia a extraer del ruido que golpea su mente una palabra, un mensaje, un saber.

Para descansar y dormir no hay que resistirse al ruido. Cuanto más te resistes, más intenso se vuelve. Lo mismo que ocurre con la verdad que portan las palabras: cuanto más te resistes, más gritan para ser escuchadas, y eso es lo que cualquier tratamiento psicológico pone ante los ojos del que siempre se ha negado a reconocerla. Es decir, que uno puede aferrarse al ruido, aunque le cueste el sueño, para no oír el rumor de sus deseos, el estruendo de sus odios o la angustia del desafecto. En el caso del psicótico, ese ruido trata de tapar el agujero infinito que se ha apoderado de su ser, hasta el punto de hacerlo sentir que la única forma de hacerle frente es acoger los mensajes que lo invaden con sus voces o tomar prestado el ser de otro, casi siempre Otro: Jesucristo, la Virgen, Napoleón,…

Emiliano de la Cruz García

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