Son ya muchos los años dedicados a escuchar el sufrimiento de hombres y mujeres, de todas las edades, y, si podemos mantener nuestra pasión por nuestro trabajo, es gracias a que esas personas que acuden a nuestra consulta encuentran una salida a sus síntomas a través de nuestra forma de abordar los problemas o trastornos psicológicos. Una salida que no busca ser inmediata, sino que asegure a quien ha confiado en nosotros que, si en el futuro, surgen nuevos obstáculos en su vida, no responderá ante ellos como lo ha hecho en la actualidad, sino que sabrá afrontarlos con garantías. Una salida también en la que prima la elección del camino a seguir por parte de quien nos habla, no el que a nosotros nos parece mejor o más adecuado, porque nuestros criterios personales quedan fuera de consulta para evitar alienar o guiar conforme a nuestra propia imagen a quien busca una respuesta a la situación de haberse visto dentro de un conflicto que, tratando de resolverlo, ha originado síntomas más o menos graves en él. Por tanto, los síntomas son, ante todo, el modo que tiene el psiquismo de enfrentar las tensiones o conflictos que se producen dentro de nuestra mente o de darlos una primera respuesta; no son, entonces, solo un estorbo, una anomalía o un signo de nuestra incapacidad ante la vida como muchas veces se entienden.
Al entenderlos así, no nos precipitamos a eliminar los síntomas que sufre quien nos pide ayuda sin antes haber logrado que entienda la necesidad que su mente tuvo de haberlos generado. Es decir, que nuestro cerebro no se entretiene poniéndonos obstáculos, sino que trata de ofrecer la salida más saludable posible. A pesar de la insistencia de las nuevas teorías en el aquí y ahora, en la inmediatez, la uniformidad… nosotros sabemos que no se puede entender el ahora sin su relación con lo pasado y en su tensión por lograr un futuro mejor. Cuando un paciente hace alusión a un momento de su vida pasada, generalmente es porque aquello que vivió está permanentemente actualizado en su vida actual y viene a estorbarla o a servir de modelo inútil a lo que le ocurre en la actualidad. Por eso, lo que se busca es que el pasado pierda todo su peso en la actualidad y sea solo eso, pasado, puro recuerdo.
En nuestra escucha han tenido cabida niños y ancianos, adultos y adolescentes o jóvenes, fuera el que fuera el motivo de su sufrimiento: un trastorno grave del desarrollo, un problema de conducta, una fobia, una obsesión, un problema de adicción, una crisis de ansiedad, una depresión o alguno de esos trastornos terribles que definen la psicosis. Para todos hemos ofrecido, y seguimos ofreciendo, una respuesta, gracias a una constante y rigurosa formación en el ámbito de los tratamientos y a un sinfín de lecturas que tratan sobre las distintas maneras de abordar la solución de un problema psicológico.
Nuestro trabajo durante treinta años en nuestras dos consultas ha sido eficaz y ha permitido el abordaje de cualquier problemática de amplios sectores de población, siendo el “boca a boca” la principal fuente de derivación y de llegada de pacientes a nuestras consultas. Si esa cadena de derivaciones no se ha roto nunca es porque nuestro trabajo ha tenido los resultados que nuestros pacientes esperaban.
Algo importante para que nuestras ganas de trabajar no hayan decaído nunca ha sido mantener un cierto tono de humor en medio de los dramas personales que escuchamos, algunos derivados de situaciones tan graves como abusos, accidentes o pérdidas difíciles de asumir. Muchas personas saben contar sus problemas con gran sentido del humor y, cuando no, somos nosotros los que procuramos que la risa no falte en las sesiones, no como forma de restar valor a lo que escuchamos, sino como modo de señalar a quien escuchamos que todo puede ser visto desde otra perspectiva, incluso desde la del humor.
Si no todos, la mayoría de las personas que han buscado nuestro apoyo afrontan hoy la vida con más libertad, sin imponerse controles o trabajos añadidos para mantener a raya sus síntomas, pues estos se han diluido al comprender el sujeto su función dentro del conflicto psicológico que tenía que enfrentar. Así, la ansiedad desaparece sin que el sujeto se dé apenas cuenta, las obsesiones no necesitan de freno alguno para dejar de limitar a la persona que las sufría, la depresión pierde su imperio sobre el ánimo, las adicciones dejan de ser los amos absolutos de la persona que no veía la forma de sustraerse a ellas y, en todos los casos, la energía mental que queda libre encuentra un empleo mucho mejor: buscar o sostener el amor y el deseo que son los motores de nuestra vida cuando esta no se ve atrapada en las trampas del consumismo, de la adicción, del imperio de la imagen o de exigencias que conducen a la impotencia.