Lo traumático

De manera sencilla podríamos definir lo traumático como la afluencia al psiquismo de tal cantidad de estímulos que la mente no tiene recursos para responder ante ellos mediante las representaciones con las que ponemos límites y orden ante otros estímulos. Lo único que puede hacer la mente ante esa invasión es producir el afecto de la angustia que, de esta forma, funciona como el único límite posible ante la invasión de esos estímulos (ver morir a alguien de forma violenta, imágenes de destrucción, ruido brutal producido por una explosión, violencia ejercida sobre el cuerpo o hallarse ante el terror de algo que nos amenaza o ante lo que nada podemos hacer, que es una forma de violencia psíquica).

¿Cómo se afronta el futuro cuando cada ruido te arroja a rememorar el accidente que a punto estuvo de cobrarse tu vida o, lo que es peor, se llevó la de tu hija o tu hijo? Ese tejer el deseo con hilos del pasado que traumatizó tu mente para ayudarte a conquistar un futuro no mediatizado o invadido por la angustia es lo que un psicólogo puede hacer con escasos recursos: la escucha y la ayuda para aplacar la angustia y situar el vacío dejado en tu mente por ese accidente en un rincón privilegiado que, a la vez, te ofrecerá cierto sosiego y quizás te aleje de la desesperación. Ante la enormidad de lo vivido por el otro solo cabe el respeto, la paciencia y el acompañamiento durante el tiempo que esa persona necesite para no verse arrasado por el retorno descarnado de la violencia que se llevó a quien amaba. Por ejemplo, S. que, tras ser atropellada, tuvo el coche encima de su cuerpo, se encuentra a la vuelta del hospital con un vecino que había visto el accidente y que le dice: “¿Pero no estabas muerta?” (y rompe a llorar ante el alivio que la pregunta que hace, que podría considerarse absurda, produce en la angustia que sintió al creerla muerta). O el caso horripilante de V., que vio por el retrovisor de su camión cómo su hijo, que lo seguía en su coche, chocaba con un coche averiado y daba vueltas de campana, cómo corrió con una angustia insufrible a socorrerle y cómo solo pudo ser testigo de la agonía de su hijo sobre el asfalto. Esos sucesos, o los que viven los que se hallan inmersos en guerras o sufren atentados o violaciones son los que tienen esa dimensión de lo traumático, que a veces se usa como comodín de muchas situaciones que están muy lejos de serlo.

Lo que especialmente vi en E. tras la muerte de su hija o en V. al perder a su hijo es que esas pérdidas, de esa manera tan inesperada e injusta, convierten la existencia en algo cercano a lo imposible de vivir, una verdad que encarnaban esas dos personas de una manera absolutamente desgarradora.

Emiliano de la Cruz García

 
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