La violencia machista
Después de años de un discurso político y social que atribuye en exclusividad los asesinatos de mujeres a una dimensión de resistencia del machismo a ceder sus prerrogativas, creo que habría que abordar el problema de una forma diferente porque las muertes se siguen produciendo casi al mismo ritmo que hace diez años.
Si a esa violencia machista se le ha buscado su origen en el afán de dominación del hombre sobre la mujer (así habría que pensarlo, pues no hay más que ver lo que ocurre en muchas sociedades), sería importante tratar de investigar un poco más y, en una primera aproximación, poner en evidencia que lo que se acentúa a lo largo de la historia es la presencia del sexo, del goce, como motivo principal para, en algunas de esas sociedades, convertir a las mujeres en objeto de uso o de bien a poseer, y en otras, obligarlas a someterse al control de lo que pueden dar a ver de su cuerpo, impedir que se dejen ver, mediante el mandato de cubrirse, es decir, evitar que causen el deseo, y reducir así su ser a la particular satisfacción de un hombre, que parece así más su dueño que su pareja. Ahora, a pesar de la educación actual en la igualdad, al menos en las sociedades occidentales, y de la ridícula política de atribuir al lenguaje la causa de la violencia y recurrir entonces al “ciudadanos y ciudadanas”, los adolescentes muestran comportamientos similares a los que se atribuyen a la herencia del machismo, a pesar de haber nacido en una sociedad más igualitaria y tener una educación en contra de esos comportamientos. Se dirá que son las reminiscencias de las sociedades patriarcales. Puede ser, aunque es asombroso que los hombres, en su papel de padres, que eran quienes tenían la función primordial de transmitir la ley, se hayan convertido en la causa primera de su violación.
Solo he tenido a una persona en consulta que, sin haber sido un maltratador, estuvo a punto de matar a su expareja. Se había sentido traicionado, no soportaba la idea de haber sido engañado, y la obsesión de la venganza se apoderó de su mente. Llegó a trepar una noche por la fachada de su antigua casa y estuvo horas al lado de la cama de su ex-mujer con un cuchillo en las manos. Por suerte, algo de la ley funcionó en su cabeza, se fue y acudió a un psiquiatra. Había sido una persona que se enfrentaba en su empresa a sus superiores jerárquicos para defender a sus compañeros de injusticias o abusos. Y, a pesar de eso, estuvo a punto de matar. ¿Se podía considerar su idea del engaño y la traición una reminiscencia del machismo, de su afán de protección a la vez que de dominio sobre la mujer? Vuelve a ser posible, pero no sé si explica el comportamiento de este sujeto. Lo que él acentúa en su discurso es la idea de traición en el amor: ¿por qué el odio consecuente se convierte en él, un hombre, en la idea de destruir el objeto de amor? Se podía pensar que retorna la idea de posesión: Si no es para mí, no será para ningún otro, pero son muchos hombres los que viven situaciones similares y en ellos no se convierte esa decepción en un deseo de destrucción de la mujer; al contrario, en algún caso es el hombre el que se sume en la depresión o llega al suicidio. Pero comportamientos similares se dan a veces en las mujeres. Entonces, ¿qué es lo que hace que un hombre pase con más facilidad a la agresión e incluso al asesinato?
Sería fundamental estudiar con mayor detenimiento, sin precipitar las explicaciones o respuestas, lo que origina ese paso al acto que es el asesinato y que, para que ocurra, el sujeto ha de apartarse radicalmente de su relación anterior a la ley. Me refiero a la ley, no solo como la ley escrita, la que nace de los parlamentos para regular la convivencia, sino a esa ley que ordena nuestro psiquismo, de la que se deriva la otra, y que nos permite mantener la cordura, pero que, en alguna ocasión, el equilibrio que procura se rompe y provoca la locura o el impulso homicida.
En muchos casos ya sería débil esa relación a la ley (sobre todo en el caso de los maltratadores). Desde luego habrá que tener en cuenta que es algo que se produce fundamentalmente en al ámbito masculino y, por tanto, alguna relación con ese machismo, con la educación recibida, tendrá, o con las características especiales que lo hacen constituirse como hombre. En otro momento, al reflexionar también sobre esta cuestión, planteé el machismo como un catalizador, cumpliendo el papel que cumple este en una reacción química: facilitar o acelerar la reacción, pero, traspasando el modelo al hombre, el machismo no sería el determinante de las conductas de maltrato o asesinato, sino si acaso un facilitador. Por mucho que se quieran explicar todas las conductas violentas de los hombrees por la determinación sobre ellos de la estructura machista, eso no explica que eso se dé en unos hombres y no en otros, como tampoco explica la violencia cuando procede de las mujeres, aunque en su caso rara vez sea física. La educación tradicional a los hombres se basaba en la idea del esfuerzo, del trabajo, de la defensa y demostración de la hombría, del sentido del honor, de la responsabilidad ante la familia… y todo ello era asumido por la mayoría de los hombres, pero, en muchos casos, iba asociada a la idea del derecho a decidir, mandar, por y sobre las mujeres. Es decir, se esperaba obediencia y sumisión por parte de ellas. En el momento actual es la mujer la que tiene más claro su lugar en la sociedad, su derecho a decidir, a gobernarse, a no someterse ni obedecer a un hombre. Es la conquista de esa igualdad que se perdió en algún momento y que no es fácil entender su pérdida si no es a través de inferir que, sobre todo por las guerras y la necesidad de dejar a alguien al cuidado de los hijos, el hombre se vio en un papel en que la fuerza y el riesgo de perder la vida le concedían unas prerrogativas que antes no tendría. Tampoco es muy difícil pensar que de esas guerras no volverían hombres más fuertes y seguros, sino más débiles y atemorizados, por lo que necesitarían una mujer fiel que lo esperara y apoyara al retornar. Como tendrían que mantener la hombría, esa necesidad se transformaría en ejercicio del dominio y de la fuerza, y en el asegurarse su parcela de goce controlando a la mujer para que no pudiera desear a ningún otro o que no se la arrebataran cuando volviera al combate (recuérdense los cinturones de castidad en la Edad Media, sean reales o imaginarios).
Para entender la violencia machista, se podría asimilar la posición del pederasta a la del maltratador, aunque no sé si también a los casos en el que el asesino de una mujer no ha sido antes un maltratador. En los primeros se goza del daño que se hace al débil y del dominio absoluto que se ejerce sobre él. Se goza más de ese daño que de la sexualidad misma o, simplemente, es que el daño se convierte en un componente del goce sexual. También en ambos casos hay un punto de partida de cierta dificultad para enfrentar a una mujer como tal, de cierta sensación de impotencia: algo hay en ella que el pederasta elude abordando niños en los que la definición sexual no es tan clara y el maltratador lo hace a través de reducir o anular en su percepción subjetiva, mediante el dominio de la persona a la que someten, a una mujer, o bien mediante la búsqueda de un goce que lo coloca en una posición de superioridad gracias al terror que provocan (esto no está nada alejado del terror que producían los torturadores, y eso explicaría la dificultad de las mujeres para rebelarse ante sus maltratadores).
¿Se podría pensar en un goce similar en el hombre que pasa al acto, al asesinato, sin un maltrato previo? No lo creo. Creo que su paso al acto es la anulación de toda posibilidad de que lo simbólico siga mediando entre sus decepciones o su desesperación, que pondrán en juego las pulsiones más destructivas, y su objeto de amor, reconvertido este en puro objeto de odio. Por eso, en esos casos no es infrecuente que el hombre se suicide después (y no me refiero a los que fingen haberlo intentado).
Hay una confusión entre la efectividad que tienen el coro de voces públicas que hacen ostentación de posturas feministas (hablo tanto de hombres como de mujeres), las campañas que buscan la igualdad y apelan para ello a la educación reglada, y las tendencias reales que manifiestan quienes tienen voz pública, y todos los demás, cuando llegan o llegamos a nuestras casas: allí desaparecen las caretas y se obra en contra de todo lo predicado o contenido a duras penas en la vida social. Lo que eso demuestra es que todo lo que se basa en la ostentación del nivel de compromiso con la igualdad y lo que va dirigido a la conciencia tiene una efectividad muy escasa. Es lo que ha venido ocurriendo con las campañas para disminuir los accidentes de tráfico, para luchar contra el consumo de cocaína, alcohol y otras drogas, todas ellas bien pensadas, pero con una efectividad limitada porque solo tendrían efecto si conectaran con representaciones inconscientes de cierta entidad e intensidad para el sujeto, y eso no es fácil para conductas que no sean las relacionadas con el puro consumo, para aquellas en las que el goce es un componente muy importante (goce en el sentido de lo que ofrece una satisfacción que rara vez es concordante con el bien del sujeto o que casi siempre es fuente de malestar y sufrimiento). Recuerdo hace muchos años, cuando la lucha feminista estaba tratando de hacerse un hueco en nuestra sociedad y se daban pasos firmes para defender o recuperar los derechos inalienables de la mujer, que una luchadora activa en ese movimiento acudió a mi consulta porque no soportaba su contradicción: luchaba socialmente por la igualdad, pero, al llegar a casa, se convertía en una mujer sumisa, complaciente en exceso, obediente, dejando que fuera su marido quien decidiera todo lo que afectaba a su hogar y quien la despreciara sistemáticamente. Ella no se podía explicar esa presencia en su mente de esos dos contrarios tan enfrentados y venía a consulta a tratar de encontrar un acuerdo en su interior. Eso es lo mismo que muchas veces sucede en muchas más personas de las que se podía esperar: mantienen un discurso y actúan en su casa en contra de él. Es más, muchas veces, cuanto mayor es el griterío de su discurso, mayor es el incumplimiento del mismo al estar protegidos de la mirada pública. No por mucho nombrar en femenino y masculino, haciendo un uso perverso y obsceno del lenguaje, se consigue una convicción interna tal que te lleve a actuar en consecuencia y, menos aún, produce ese efecto en los demás. Por ejemplo, se nombra muchas veces la injusticia que afecta a las mujeres en los trabajos al cobrar normalmente menos que los hombres. Se hacen discursos llenos de indignación, pero no se ha formulado una ley que ponga fin a esa desigualdad ni puesto los medios para su cumplimiento.
Porque, los que no necesitan gritar constantemente solicitando la igualdad es porque la asumen en su vida como algo incuestionable, como algo que nunca debería haber dejado de gobernar la convivencia entre hombres y mujeres, porque la necesidad que tienen los unos de las otras y viceversa, sin olvidar el amor y el deseo, no puede conllevar el abuso de una de las partes. Pero, se dirá, eso es lo que viene ocurriendo y lo que ocurre con mayor intensidad en otras partes del mundo. Por supuesto, pero las razones han de ser buscadas en el imperio que sujetos con una relación a la ley muy deficiente logran trasladar a la sociedad como postura política y de gobierno. ¿Se pueden considerar los gobiernos que aplastaron la primavera árabe como amantes de la ley y la justicia? ¿No son sus posturas, que se hacen eco de ideologías de grupos casi siempre minoritarios, las que incluyen en sus programas violencia y desigualdad, sobre todo contra las mujeres?
En este afán por ser quien aplaude primero en Twitter, gorjeo de bandada, una condena del machismo o una propuesta de supuesta tolerancia o quien hace ostentación de la postura más rotunda ante el machismo, ahora, siguiendo esa postura, si no impostura, en la publicidad se juega con el cambio de rol, haciendo que, por ejemplo, los obreros que antes lanzaban burradas a las mujeres, de pronto las traten con todo respeto y consideración. ¿Es eso cuestionable? No, está muy bien para la conciencia, que suele estar ciega a lo que realmente ocurre en nuestra mente, pero lo que en realidad hace el anunciante es seguir proponiendo a la mujer como elemento de decoración o atracción para su producto. ¿Tiene efectos de reducción de las conductas machistas en su peor versión? En absoluto; solo cosquillea nuestras emociones más simples.
Condenar por principio lo que en el hombre lo constituye como diferente a la mujer no es luchar por la igualdad: es forzar una identidad entre ambos sexos que no existe, y confundir las discordancias de posición de hombres y mujeres ante variados aspectos de la vida con las diferencias en los derechos de todos ellos: estos sí que son idénticos para todos.
La muerte de mujeres es un problema de extrema gravedad, equiparable al terrorismo, pero que causa más muertes, que habría que abordar desde un estudio psicológico muy serio sobre lo que mueve a esos hombres a maltratar y matar a las mujeres que intentan alejarse de ellos. Para eso, no habría que soslayar permanentemente la parte de corresponsabilidad que pueda haber en la conducta femenina, y no hablo de culpabilizar de nuevo a la mujer, como se hace muchas veces cuando son violadas, sino de tratar de entender qué factores provenientes de unos y otros están propiciando que muchos hombres pongan sus pulsiones destructivas por encima de la ley, y no digamos ya del amor que supuestamente tuvieron a esas mujeres. La educación no lo puede todo, menos aún si choca contra estructuras sociales injustas o contra injusticias a secas que no se ven moderadas por ella. No será casualidad que en los países con un desarrollo económico o social mucho más deficiente las desigualdades entre hombres y mujeres sean mucho más profundas (con excepciones, no obstante). En la piscología actual hay una dificultad importante a la hora de entender y operar con estos problemas porque se centra en el simple abordaje de los síntomas, el maltrato o el asesinato en este caso, y no en las causas estructurales que determinan esas conductas. Esa estructura es la que se rige por unas leyes simbólicas, básicamente las del lenguaje, que cada sujeto ha de subjetivar en su vida.
El machismo en su propia denominación alude a algo que tiene que ver con los machos, con los animales, pero en el ser humano lo único que queda animal son las pulsiones a las que, no obstante, la cultura busca muchas maneras de modular, guiar o contener. No es que para el hombre sea más difícil contener esas pulsiones, sino que lo es para algunos hombres con una pobre relación a la ley. Si hay que verlo desde el punto de vista de la construcción de ese modo de relación entre hombres y mujeres en la historia, no estaría de más buscar alguna responsabilidad de la mujer en la constitución o mantenimiento hasta ahora de esa estructura de poder. Que la mujer pueda tener alguna responsabilidad haría más fácil la modificación de esa estructura que si toda la responsabilidad es en exclusiva del hombre, porque, si la mujer nada tiene que ver, nada podrá hacer para corregirla y la dejará en las solas manos de esos hombres que la violentan de distintas maneras.
La violencia de género no es un simple corolario del machismo ni se puede oponer la lucha por la igualdad, en la que están comprometidos la mayoría de los hombres, a la búsqueda de razones para esa violencia más allá de la simple atribución a la cultura machista de la producción automática de asesinatos y violaciones. El hecho es que la mayoría de los hombres se posicionan del lado de la igualdad y de la lucha para que aquella sea universal, mientras que una parte de ellos se resiste a que eso sea así, seguramente movidos por complejos, impotencias, creencias absurdas o lo que se pudiera determinar con un estudio serio que no tenga las respuestas antes de las preguntas.
En una reflexión, una filósofa francesa de quien no recuerdo el nombre, se preguntaba cómo era posible que el ser humano fuera el único animal que mataba a sus hembras o a otros seres humanos. La respuesta es sencilla: porque el ser humano, tomado por el lenguaje, se guía por una cultura que moldea de forma radical su ser animal y produce conductas impensables para el resto de animales. Además, hay una relación al mal que afecta a todo ser humano: por mucho que nos duela, hay seres humanos que matan, roban, cometen atentado terroristas y abusan de mujeres y niños, y entender eso es entender al ser humano sin cerrar los ojos a que, en cualquiera de nosotros, puede haber algo de ese mal. Pero vuelvo a apelar a la responsabilidad conjunta: cuando se declaraban las guerras, eran, en muchos casos, las mujeres las que no podían soportar que un hombre quisiera evitar ir a esa guerra, pues, o bien manchaba el honor familiar, o bien era un cobarde, lo cual era intolerable. A eso se une la búsqueda de la seguridad que el hombre supuestamente ofrecía, pues era capaz de desafiar y enfrentarse a los demás mostrando su potencia. En esa línea de la cobardía se ha realizada una campaña en algún país, con el lema El hombre valiente no es violento.
Habrá que aceptar que, no sin una lucha de muchos años de la mujer, el machismo ha ido cediendo y entendiendo la absoluta necesidad de la igualdad, de que todos los seres humanos, sean del sexo que sean y vivan donde vivan, han de tener los mismos derechos. Si ese machismo fuera tan intransigente como se le define, no habría habido posibilidad de avance alguno. Creo que ha llegado el momento de separar el machismo, como estructura social y de poder, de los hombres como seres individuales, uno a uno. Así se podría entender que muchos hombres no son machistas, es decir, entienden y actúan bajo el principio de la igualdad absoluta de las mujeres y de los hombres, mientras la estructura sigue funcionando como si esos hombres no existieran, a pesar de que creo que son la mayoría. También es verdad que todo esto se ha generado en las sociedades ricas, mientras que en el resto la desigualdad sigue siendo evidente. Incluso en algunos países, como en Egipto, ha retrocedido significativamente.
Se podría trasladar la pregunta a las religiones, donde supuestamente se invierte el orden, respecto al machismo, entre estructura e individuo. Parecería que la estructura es igualitaria, pero los individuos alteran con su comportamiento esa premisa de igualdad. Porque, ¿se puede realmente afirmar que su estructura es esencialmente igualitaria o es que en ella prima el sometimiento de la mujer? Si prima el sometimiento de la mujer, ¿es eso efecto de su estructura de creencias o es algo derivado de comportamientos particulares y luchas de poder? ¿No será que la religión es muy susceptible de generar adherencias de ideologías muy violentas o machistas? Por ejemplo, frente a algo esencial como la compasión o el cuidado del semejante, se introducen ideas, derivadas de la dificultad de asumir ciertos conflictos psicológicos, como los que causa la sexualidad, en nombre de las cuales, que se asimilan en un juego de ocultismo a la voluntad de Dios, se condena a los homosexuales o a cualquiera que no se avenga a sus estrictos cánones ideológicos. En el caso del cristianismo, por acentuar esa suma de ideologías ajenas al credo, en su inicio se adhirió al Imperio y su ejercicio caprichoso del poder y a la acumulación de bienes, pero con ello también incluyó la idea de progreso y de lucha por la igualdad y la libertad. Es frente a todas esas adherencias que supuestamente se levantan los radicales islámicos, para la defensa de la pureza de su propia religión y de las ajenas, al vivir esas adherencias al islamismo o al cristianismo como una amenaza para su fe, y, en algunos casos, no dudan en matar por la defensa de lo que creen. Es en esos casos donde más nos cuesta entender el comportamiento humano: un credo que se une al ejercicio del mal. Entre esas ideologías está la de la supuesta voluntad divina de que la mujer se someta al hombre, y donde es bien evidente que la parte de la violencia ejercida sobre ella es, sin embargo, de cosecha propia.
Hay un tipo de violencia, la sexual, que marca una gran diferencia entre hombres y mujeres y se puede considerar que el número de hombres que cae en ella es enormemente grande: cada vez que alguien se siente con poder (por trabajo o cualquier otra circunstancia de relaciones familiares o educativas) tiene la tentación de ejercerlo en el sentido del abuso sexual, lo haga finalmente o no. ¿Es esto también una manifestación del machismo? Tengo grandes dudas sobre si seguiría sucediendo o no en una sociedad de igualdad inequívoca entre hombres y mujeres. Aunque se quiera obviar, la conciencia no es tan poderosa como parece. Muchas veces se vuelve simple testigo o, tomando como modelo los ordenadores, interfaz de lo que sucede en el psiquismo, frente a miedos, obsesiones, complejos, pulsiones e incluso enamoramientos. Lo que hay que trabajar para lograr que esa conciencia sea cada vez más dueña de lo que sucede en el resto del psiquismo, de lo que generan las combinaciones neuronales gracias al lenguaje, es mucho más laborioso que las simples condenas y la culpabilización del hombre por el solo hecho de pertenecer al género masculino y llevar impreso en su mente el machismo.
A pesar de los discursos y consignas, no se llegará a la solución de la violencia llamada machista por la sola vía de su condena, pero tampoco por la simple vía del adoctrinamiento a nuestros niños. Para llegar a esa solución habría que tomarse en serio el estudio detallado y sistemático de las conductas de los hombres que han matado a mujeres, pero no solo de sus conductas, sino de las mociones inconscientes que les ha movido hasta el punto de no ser capaces de poner freno a su impulso homicida. Porque no creo que esa violencia sea la culminación del machismo, si acaso de su derrumbamiento. ¿Es que esos hombres no han tenido en su vida otros modelos en los que apoyarse? ¿Es que solo les queda la defensa de una hombría trasnochada y una idea ridícula de posesión sobre la mujer? ¿O es que viven inmersos, a falta de una nueva estructura para reconocerse como hombres, en las rígidas leyes de lo imaginario, en las que solo cabe el O tú o yo, o No serás sin mí? Lo imaginario acaba casi siempre en violencia, mientras que lo simbólico, la relación a la ley, sostiene al sujeto o lo frena en sus pulsiones. Se trataría por tanto de ofrecer a esos hombres atrapados en el desgobierno de sus pulsiones una nueva estructura de relación con las mujeres que les permitiera no ser gobernados por el ejercicio del poder y la violencia. Y, para eso, es imprescindible la participación de la mujer en la construcción de esa nueva forma de relación entre los sexos.
Lo que es seguro, para finalizar, es que una de las vías más fructíferas contra la violencia machista será la que conduzca a los hombres, machos, a tomar a su cargo la lucha contra la violencia sobre la mujer en cada ámbito de su vida, pues hasta ahora parecería que fuera una misión exclusiva de las mujeres la reivindicación de la igualdad y de sus derechos frente a los hombres, pero no está demostrando ser la vía más fructífera posible. Ese cambio de orientación se ha probado ya en algún país africano, Angola creo, empoderando (lo cual indica que no eran tan poderosos) a los hombres para ser quienes trataran de convencer a los demás de la necesidad del respeto hacia la mujer y de la conquista de la igualdad de esta frente a ellos, y parece que los resultados han sido bien visibles en la reducción de la violencia contra la mujer. Porque si antes decía que era importante considerar la parte de responsabilidad de la mujer en su sometimiento a lo largo de la historia, igual de lógico es reclamar la responsabilidad del hombre en el momento actual para hacer desaparecer las profundas desigualdades entre hombres y mujeres y, más aún, para borrar de nuestras sociedades la violencia ejercida contra ellas para mantener ese estado de cosas.