El chiste

Hace pocos meses, a raíz de algunas sentencias, se debatió sobre el límite entre la libertad de expresión y la ofensa o, incluso, la exaltación del terrorismo. Lo que se ha juzgado, y condenado en algunos casos, son supuestos chistes publicados en twitter y que tenían como elemento director de sus mensajes muertes producidas en el pasado o deseadas para el futuro a determinados personajes.

Lo primero que hay que precisar para poder entender si se trata de libertad de expresión o algo enjuiciable es que, para que sea un chiste, al otro, al que escucha, ha de hacerle gracia. Es decir, algo es un chiste cuando es sancionado por la risa del otro (si no, no hay más que leer la obra de Freud El chiste y su relación con el inconsciente). Alguno de los ejemplos que oí nombrar en la radio carecían de gracia, al menos para mí, y eran expresiones que parecían más portadoras de odios y deseos de muerte que de otra cosa.

Porque el chiste, aunque tome muchas veces a la muerte como motor del mismo (ahí están los numerosos ejemplos de Gila), no buscan ofender a la persona muerta y menos aún son la causa de la risa. La risa se produce por una cierta infracción al código que hace posible la comunicación, por la ruptura inesperada que se produce con lo que aparecía como el motivo principal del chiste y que genera un sentido sorprendente, que aparece al finalizar el mismo. Lo que se produce es un desplazamiento desde esa significación grave, la muerte en ese caso, a otra secundaria, insignificante, que nos aleja de lo terrible de la primera. Por ejemplo, en el chiste del hombre que va a ser ahorcado el lunes y dice: «Pues sí que empiezo bien la semanita», la risa no nos la produce su muerte, sino el desplazamiento que se da hacia ese optimismo inconmensurable que el personaje nos transmite. El efecto del humor es así cambiar o desplazar la significación insoportable de nuestra certeza de la muerte por algo secundario, y hacerlo a través de un juego, transgresión, del lenguaje.

Por acercarme más a lo que se juzgó en aquellos meses, hay que recordar que los chistes sobre Carrero Blanco viajaron, inmediatamente después de su muerte, por cada ciudad y pueblo de España con esa velocidad inesperada que también se producía cuando no había redes sociales. Esos chistes no se reían de la muerte de ese señor (los que se alegraron por su muerte, que no fueron pocos, no necesitaban de los chistes para eso), sino de lo que lo hacía descender de esa supuesta dignidad en la que estaba encumbrado. Eso lo podemos ver en el chiste que recordaba en un programa de televisión el director de la revista Mongolia:

―Abuelito, ¿Tú crees que Carrero estará en el cielo?

―No, querido ―responde Franco.

―¿Por qué, abuelito?

—Por la cornisa, hijo mío.

Lo que hace reír en ese chiste es el desplazamiento que se da entre el cielo cristiano y el cielo físico, esa esfera aparente que rodea la tierra. Más precisamente, se nos conduce a una falsa similitud entre el impedimento de la cornisa para llegar al cielo físico y el posible impedimento de la falta de merecimientos,  pecados, del personaje para llegar al cielo cristiano. Es decir, se nos hace creer que se pregunta por los méritos cristianos para que Carrero subiera al cielo y lo que aparece es el límite real de la cornisa que lo impide subir al otro cielo.

Hablaba de dignidad porque, todos lo hemos observado, muchas personas, pero especialmente los niños, ríen a carcajadas cuando ven a alguien tropezar y caer. Lo que ahí se produce es similar a lo que ocurre en los chistes: se rompe la dignidad (en el caso de la caída, la de la imagen) del personaje que antes iba bien erguido, y eso nos produce profundo placer. Tampoco en ese caso nos reímos del que ha caído: he visto a gente seguir riendo mientras ayudaba a levantarse al que estaba en el suelo. En el chiste la caída es desde lo dramático, lo digno, a lo insignificante.

Solo se estaría haciendo exaltación del terrorismo si lo que se cuenta no fuera realmente un chiste, lo que lo convertiría en una vulgar y obscena ofensa a la víctima.

En cualquiera de los chistes que toman a la muerte como motivo, la risa no es más que el reflejo de nuestra alegría, un tanto brutal, al saber que no somos nosotros la víctima y, para no dejarnos ver eso, se nos ofrece un motivo secundario, tonto, para la risa.

En general, el chiste nos permite obtener cierto placer donde algo nos libera momentáneamente de lo que resulta muy enigmático, incomprensible o, como en el caso de la muerte, inaceptable.

Si los que han sido condenados por sus mensajes en twitter, lo hubieran sido de verdad por contar chistes, el castigo debería ser ese que los romanos en La vida de Brian, de Monty Python, imponen al que ha escrito mal en latín «Romanos fuera», que es escribirlo mil veces bien. Ese es el castigo que merecerían: contar miles de chistes hasta dar con uno que nosotros lo reconociéramos como tal porque nos hiciera reír. Porque me temo que las condenas, exageradas o no es otro tema, ha sido por expresiones que no contenían más que rabia, odio y malos deseos, aunque las considero demasiado pobres o estúpidas para llegar a ser consideradas una exaltación del terrorismo.

Emiliano de la Cruz García

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