Síntomas: ¿malditos o benditos?

Ampliando una reflexión anterior sobre los síntomas, voy a tomar como punto de partida un caso clínico, y hacer a través de él hacer una reflexión sobre el empeño, tanto de la psiquiatría como de muchas teorías psicológicas, de eliminar los síntomas como principal objetivo de una cura. En ese caso clínico, el de un hombre medicado desde los veinte años por crisis de ansiedad, al que el psiquiatra le había asegurado que la ansiedad era como ser diabético, algo con lo que tendría que convivir siempre, la anulación de su ansiedad a través de la medicación lo lleva a comportarse en varios aspectos como un canalla. ¿Por qué afirmo esto? Porque, hasta ese momento, la ansiedad (que tenía unas manifestaciones somáticas muy fuertes) actuaba como límite, además de cumplir su función evidente de señalar un conflicto que el sujeto no sabía gestionar, y lo mantenía dentro de posiciones éticas. Cuando el síntoma queda anulado por efecto de esos medicamentos, lo que surgen son conductas cada vez más lejanas al ejercicio de cualquier responsabilidad y que se expresan en acumulación de impagos y ludopatía. No voy a describir su historia, que pone en evidencia el por qué de esas conductas, porque podría ofrecer pistas sobre quién es ese paciente. Después de veinte años en esa dinámica, acude a consulta porque su ansiedad, a pesar de la medicación, se ha vuelto más virulenta a raíz de un suceso muy desgraciado. Se plantea entonces acudir a consulta y se sorprende de que mi planteamiento sobre  la ansiedad sea que esta no ha de ser en absoluto crónica, sino que responde a una situación psicológica que se puede revisar y solucionar. Por decisión propia, rebaja la medicación al mínimo y empezamos a trabajar el momento de surgimiento de esa ansiedad y lo que ha vivido desde entonces. Pronto encuentra que, sin luchar contra el síntoma, este se alivia y lo permite cambiar de forma radical de posición ante sus devaneos con el juego y el dinero, especialmente a partir del momento en que aparece que lo que viene eludiendo sin cesar es la responsabilidad de sus actos y de su malestar, y que lo hace a través de el empeño durante casi toda su vida de dar una imagen de éxito ante los demás y de favorecer a otros, aún en contra de sus intereses, para ser aceptado y reconocido. A partir de ese momento, expone su situación a los miembros de su familia que más lo han apoyado, en muchos momentos engañados, y empieza a ser trasparente en sus conductas y en el manejo del dinero ante ellos. El efecto es inmediato: la ansiedad empieza a ser algo testimonial.

Porque la ansiedad, como otros síntomas, son indicadores de que algo va mal en el funcionamiento psicológico del sujeto, pero no son el problema principal. ¿Hay que solucionarlo? Por supuesto, pero su desaparición ha de ser un efecto más de la cura y no su único objetivo. Cuando, por ejemplo, un edificio presenta grietas, no se opera con el simple remozamiento de esas grietas, sino que se estudia si está afectada la estructura y hay peligro de derrumbamiento. En este caso las grietas, aunque sean indeseables, pueden ser lo mejor que podía ocurrir para dar a los vecinos del edifico la opción de saberse en peligro y que puedan solucionarlo antes de que sea tarde.

Por eso, el síntoma ha de ser planteado como parte de una ecuación a resolver, no como algo independiente. Es habitual encontrar que la ansiedad surge por la falta de respuesta del sujeto a algo con lo que está en profundo desacuerdo, aunque no sea consciente de ello: una relación que le asfixia, un trabajo que lo aliena, el convencimiento de estar en perpetua deuda con alguien que lo anula a la hora de tomar decisiones para su vida… Y no solo se manifiesta en ansiedad, a veces las manifestaciones somáticas son escandalosas o dolorosas: eccemas brutales, psoriasis en grandes extensiones del cuerpo, disfunción eréctil, anorgasmia,…

No es posible ningún síntoma psicológico si no es porque la conciencia desconoce las causas del mismo; si las conociera, no surgiría como tal, sino como molestia o algo a lo que responder. De ese surgimiento en contra de nuestra comprensión nace la urgencia por eliminarlos, sin pararse a pensar en que son eso, síntomas de algo que requiere de nuestra urgente atención.

En otro caso clínico, una chica acude a consulta porque llevaba siete años encerrada en su casa a partir de un ataque de ansiedad que se inicia en el metro y culmina en un autobús, y que la hace generar fobias a los medios de transporte, a salir sola a la calle, a los ascensores y a estar sola en casa (lo que en conjunto define la agorafobia). Ya había pasado por varios tratamientos que se dirigían a resolver el síntoma, esencialmente mediante la técnica de desensibilización sistemática y, en uno de ellos, en el que el psicólogo algo intuyó, con la sugerencia de que se fuera de casa. Cuando yo le planteo que ha de pensar su ansiedad como una señal, una alarma, de algo que está sucediendo en su psiquismo y para lo que no ha encontrado solución, se sorprende, no lo cree, pero decide seguir el modo de trabajo que le planteo. Hablamos de sucesos que han marcado su historia personal y familiar y, sobre todo, de la relación con su madre que parece ser el centro de su vida. Todo lo que va entendiendo, sorprendiéndose porque aparece en su conciencia como si fuera la primera vez que lo ve, a pesar de estar inmersa en ello durante años, sobre todo de lo que la sucede con su madre, tiene inmediatos efectos que, me dice, no se explica: sin haber hecho nada, deja de tener miedo a salir a la calle sola, sin miedo y sin temor al ataque de ansiedad. Después será a viajar en coche sin ningún miembro de su familia, en autobús, en avión, que era para ella el mayor de los imposibles, y, finalmente, en metro, que es donde se iniciaron sus síntomas. Cada vez que da un paso en esa dirección, me pide que le explique por qué puede hacerlo si no hemos trabajado nada específico en ese sentido. La respuesta es sencilla: cuando va danto respuesta a lo que, no habiendo podido resolver, se había traducido en síntomas, estos, innecesarios ya, se van diluyendo y adquiriendo sentido. Esta es una parte importante: se puede entender por qué fueron esos síntomas y no otros los que surgieron al iniciarse su malestar o quizás al volverse ya insoportable.

En ambos casos, los pacientes entendieron que sus síntomas habían sido algo necesario, incluso útil, para hacerles responder de su malestar, en el sentido de hacerse responsables de lo que les había venido afectando en su constitución como sujetos.

El síntoma, a la vez que malestar, es portador de un mensaje acerca de lo que produce ese malestar. Por eso, eliminar precipitadamente lo único que nos puede dar pistas para solucionar de forma definitiva el conflicto psicológico que se ha generado en nuestra mente es la mejor forma de perpetuarlo. Porque no hay que engañarse: rara vez la sola desaparición de los síntomas supone la solución de lo que nos afecta, aunque momentáneamente sea vivido como un gran alivio.

 
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