El síndrome de la voluntad fallida

Este síndrome, que me acabo de inventar, se caracteriza por hacer depender los síntomas y la salida de los mismos de la pura voluntad del sujeto.Es como si se dijeta: si sufres es porque quieres o porque eres débil y no pones toda la voluntad que podrías poner. Es un síndrome introducido en la sociedad, no como consecuencia de los callejones sin salida personales que conducen a los conflictos psicológicos, sino del modo de abordaje de una gran parte de la piscología en la actualidad.

En ese modo de entender la psicología clínica, se empuja al sujeto a la culpabilidad porque el mensaje que se le envía es que es su falta de voluntad, sinónimo en ese modo de pensar de no elegir, de no poner empeño, incluso de no querer querer, la que hace que tenga síntomas y sufra. De una forma más teórica, en un libro publicado, se sostiene que el sujeto genera síntomas, no por la realidad vivida (por ejemplo una violación o una muerte de alguien cercano), sino porque sus pensamientos, sus cogniciones, son distorsionadas, erróneas, inadecuadas o tóxicas.

Si, en el caso de la pura voluntad, la idea que subyace es que el sujeto no quiere hacer nada por curarse, en el de los pensamientos irracionales o distorsionados, lo que se formula es que su forma de pensar es inadecuada. Lo asombroso es que no existe, ni puede existir, un patrón de la supuesta adecuación de la voluntad a la dirección de la cura ni un supuesto pensamiento adecuado o normalizado. Eso supone que el patrón lo propone cada psicólogo en su consulta, de acuerdo a sus propias ideas o forma de entender la vida. Eso es algo similar a lo que el psicoanálisis norteamericano, el de la psicología del yo, introdujo como modelo teórico, haciendo creer a los pacientes que la medida de la normalidad, de la salud psicológica, la ofrecía el propio psicoanalista. Eso fue más destructivo para el psicoanálisis que toda la teoría conductista anterior o el actual cognitivismo, porque, unos y otros pretenden que existe un modelo de normalidad del que ellos son representantes suficientemente válidos.

Si solo se tratara de pensamientos irracionales o inadecuados, parecería que cualquier suceso, cualquier impacto emocional, se podría gestionar con unas adecuadas cogniciones, como si lo que las personas sufren fuera un simple error de interpretación de lo sucedido. ¿Imaginan a alguien que ha perdido un hijo diciéndose que sufre únicamente porque no sabe articular los pensamientos adecuados para dejar de sufrir y aceptar que la muerte forma parte de la vida y es inevitable? ¿O a una persona que ha sido violada y presenta numerosos síntomas que puede salir de los mismos con un simple acto de voluntad o con la reestructuración cognitiva adecuada (para corregir la distorsión cognitiva)? Hay que entender que los hechos vividos o las palabras escuchadas conectan con representaciones inconscientes con gran carga afectiva que no se pueden manejar tan fácilmente. Si esto no fuera así, ¿por qué está tan presente actualmente el trastorno de estrés postraumático? En ese trastorno, un hecho vivido o visto, o incluso oído, puede determinar reacciones en el sujeto que no puede dominar por mucha voluntad que tenga para otro tipo de situaciones.

La voluntad, ante algo significativo para el sujeto, es absolutamente impotente. Por mucha voluntad que pusiera alguien para salir de su depresión, no saldría si no llegara a entender qué existe en su psiquismo que lo lleva de forma imperativa a esa pérdida del deseo y, consecuentemente, del ánimo.

Si hubiera que conceder algo a esa voluntad, sería ese querer querer, ese anhelo de mejorar, razón por la que pide ayuda, lo cual, es verdad, supone un cierto ejercicio de la voluntad. Porque la voluntad conlleva la capacidad de elegir, pero de elegir desde la pura conciencia y, en muchos momentos, la elección que nos hace sufrir ha sido hecha por mociones inconscientes que hay que desentrañar si se quiere entender el propio sufrimiento.

Completando esa puesta en primer plano de la voluntad y la conciencia, ha cobrado auge el Mindfullness o atención plena, que trata de romper con lo que llaman patrones de reacción automática (lo más cerca que se llega al concepto de inconsciente), a través de la meditación, el extraer lo vivido de la temporalidad, llevándolo al aquí y ahora, y la liberación de la responsabilidad de los pensamientos y sentimientos, porque de lo único que somos responsables, parece ser, es de los hechos. Es decir, de esa parte de nosotros que denominan automática no se quiere saber nada, y se exime al sujeto de la responsabilidad de un sinfín de elementos psicológicos previos pero necesarios al acto: el deseo, los impulsos, las pulsiones, el amor (porque no se ama porque a uno le dé la gana, sino por motivos que nos son, en gran parte, desconocidos), el odio (lo mismo), la agresividad, los sueños…. Según ese planteamiento, somos simples marionetas de esos patrones de reacción automática y lo único que podemos hacer es tomar la perspectiva necesaria para alejarnos de ello, como si todo eso no formara parte de nosotros y no siguiera estándolo después de centrarnos en el aquí y ahora.

Finalmente, si no somos responsables de lo que sentimos o pensamos, no somos responsables de nada y renunciamos a la parte más importante de lo que consitutuye nuestra mente, nuestro ser. Sin querer, se alude a lo inconsciente, a lo que se produce en nosotros sin el concurso de nuestra conciencia, pero ¿quién dice que no seamos responsables de esa parte tan importante de nosotros? Si no lo somos, no podremos enfrentar nunca nuestros síntomas sino bajo el modo de la ortopedia más alienante. En algo que se parece a un delirio, en esass teorías proponen sacar las sensaciones, emociones y pensamientos de la tiranía del lenguaje. ¿Tiranía? Lo único que nos puede permitir poner orden dentro de nuestras emociones y de lo que se produce en nuestro mundo imaginario es lo simbólico, el lenguaje, que permite poner coherencia, reducir las contradicciones o tomar una perspectiva de nuestros problemas que, de otro modo, es imposible tomar. Si solo cuentan los actos, muchas veces sintomáticos (como ocurre, por ejemplo, en un niño que pega a otros o se hace caca), entonces no podemos entender nada de lo que constituye al ser humano como tal. Los animales actuan, pero no pueden dar cuenta de sus actos. Nosotros somos animales que habitan en el lenguaje y eso nos ha transformado al enfrentarnos a la ley (la que gobierna la Justicia, la que nos dice cómo funcionan los elementos químicos o los planetas o, sobre todo, la que pone orden en nuestra cabeza para tratar de protegernos de la locura), ley solo posible gracias a ese lenguaje.

 
Problema

Realizamos un completo diagnóstico de su problemática

Solución

Planteamos un tratamiento completamente personalizado

Recuperación

Realizamos un seguimiento posterior en todos los casos